lunes, 13 de febrero de 2012

El cero y el infinito


Dios mío, parece una criatura sacada de una catacumba. Miren la textura de esa piel, agrietada, reseca, ajustada a los huesitos de los dedos. A mí, del cuello para abajo, me recuerda al tejido de Tutancamen. Pero al Tutancamen de ahora, el momificado. Claro, después paneas para arriba y te encuentras con esa mirada endurecida y con el rictus de unos labios que, boca adentro, nunca se acomodaron a la prótesis dental. Nada de eso es reprochable, en realidad, si no fuera por la pretensión. A Tutancamen lo salva el silencio obligado de una muerte de varios milenios. Pero al convaleciente líder cubano empeñado en montar unos espectáculos de oratoria de nueve horas de duración, lo único que hace es servir de contrapartida a su intención, que es prolongar su imagen de duro de pelar. Pues estás pelado, ¿sabes? Peladísimo. Y tu hermano, que te lo permite todo, disfrutando del ridículo que despliegas sin que nadie te detenga, sin tan siquiera la atención de un sabio consejo. Fidel, acostúmbrate a ser historia. Va a terminar (o ya terminó) como Oliveira Salazar y aquellas farsas de consejos de ministros que celebraban en absoluta privacidad para satisfacer la vanidad del viejo, pero en el que ninguna de sus ministros estaba ya en funciones. Estas tiradas de Fidel —al contrario de los portugueses—, Raúl procura que se trasmitan a todo el mundo y por todos los canales y páginas de la Internet. Roberto Chile, que viene de los estudios fílmicos del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, me parece que al tratar de revivir el muerto, trata de buscar una forma de renacer él también, broncas aparte con el hijito de Fidel —Alex—, que igualmente pretende convertirse en el fotógrafo oficial de su papá. Entonces, si sigues paneando, te encuentras con el titular. MÁS DE NUEVE HORAS DE DIÁLOGO CON EL INFINITO. Ningún periódico o emisora del mundo ha tenido el coraje de pronunciarse de este modo. Ni siquiera nuestros esforzados redactores de El Nuevo Herald (y mire usted que se afanan con su bazofia) han logrado algo semejante. ¡El Infinito! ¡Hemos capturado el infinito, señores! Nueve horas despachando, de tú a tú, con eso. Una observación final. Paneo hacia el público. Excepto la escolta del Comandante distribuida convenientemente entre las filas de asientos, el público se compone solo de ancianos. Roberto Fernández Retamar, el poeta, que aparece en estas series de Chile siempre despatarrado en el asiento de primera fila. El mofletudo de Miguel Barnet, al que nadie le cree la severidad de dirigente stajanovista, comienza a ser una figura recurrente de los episodios. Ni un solo muchachón. Eso es lo otro que se ve. Pero a quién con una gota de sangre joven se le va a ocurrir seguir a este vejete malcriado e insoportable, habiendo tantas estrellas y grupos de rock para escuchar allá afuera.

PS: Por supuesto, debe escribirse Tutankamón. Pero se emplea el Tutancamen de la mayoría de los cubanos, que es una forma evidente de tutearlo. Vale añadir que Tutancamen ha sido recipiente de altas muestras de respeto en la isla. Al menos hacia los años 50 no había un elogio mayor en La Habana para un individuo habilidoso o avispado o inteligente, que describirlo como capaz de escapársele a Tutancamen “por debajo del esparadrapo”.

En cuanto a Antonio Oliveira Salazar, que gobernó a Portugal con puño de hierro desde 1932, en 1968 perdió sus facultades mentales y fue destituido, pero sus colaboradores —con autorización del nuevo gobierno— procuraban que el viejo dictador ni siquiera se enterara del mal. La farsa del consejos de ministros, en las que se daban órdenes, se emitían decretos, se movilizaban ejércitos, y nadie se enteraba, puesto que todo ocurría a puertas cerradas, estuvo funcionando hasta que Oliveira Salazar murió en 1970.

La fotografía es de Roberto Chile/Cubadebate. Los titulares y un despliegue de fotos de alta resolución del evento pueden verse en los sitios digitales Cubadebate y Granma.