martes, 16 de abril de 2013

Havana, Cuba


La excitación tiene saltando sobre los techos a los jefazos de una empresa llamada Habaguanex porque acaban de restaurar un legendario establecimiento llamado Sloppy´s Joe, que yo recuerdo de mi infancia como un antro de americanos borrachos y muchos marineros de parranda con las prostitutas del cercano barrio de Colón, al que se accedía con solo cruzar el Prado habanero que daba por una de sus esquinas. En verdad, había dos grandes símbolos de la intervención americana en Cuba: uno era el monumento al acorzado Maine, y su águila de bronce, las alas extendidas, sobre sus altas columnas de mármol, y el Sloppy´s Joe. Luego aprendí (etapa bastante alejada de la citada infancia) que el recinto disponía de la barra más grande del mundo, 58 pies de largo, y que era anterior al Sloppy´s Joe de Key West. Bueno, quizá los dos datos respondan a la eterna exageración cubana, la cual no deja de complacerme, por muy mentirosa que esta se manifieste. Y cualquiera que sea el largo de la barra, es un hecho que un marinero de la Armada americana, Richard Choinsgy, enrolado en una flotilla fondeada en el puerto habanero, se orinó sobre la cabeza del prócer José Martí, es decir, su estatua, colocada en el Parque Central de La Habana, y que, antes de proceder a la espantosa profanación, ocurrida el 10 de marzo de 1949, el susodicho marinero había salido del Sloppy´s Joe, a una cuadra larga de distancia del Parque Central.

El episodio tuvo su parte buena, no obstante. Le dio la oportunidad a Fidel Castro para montar uno de sus primeros barullos estudiantiles y ganarse puntos por el consecuente choque con la policía. Todo a costa del cargamento de cervezas, rones, güisquis y aguardientes ingerido, de una sentada, por el tira cabos del barreminas Rodman, advenedizo curda Choinsgy.

Pero —aparte de Fidel y sus modestos avances en la política universitaria, donde los grupos que de verdad cortaban el tasajo no acababan de aceptarlo—, la directiva de Habaguanex se muestra ufana por motivos que si bien aún son “históricos”, no tienen nada que ver con el idealismo fidelista, sino más bien lo contrario. La corporación es una especie de subsidiaria comercial de la Oficina del Historiador de la Ciudad, por lo que esta clase de exhumaciones les resultan muy caras. Con el ahínco que en otros países desentierran faraones o huesos de dinosaurio, nosotros rastreamos chapitas de cerveza. Es así que en el parte de Habaguanex se dice que el remozado Sloppy´s Joe servirá para recordar la atmósfera de La Habana libertina de otros tiempos. (Sic.) ¡La atmósfera de La Habana libertina de otros tiempos! Ojo con esto, queridos lectores. Mucho ojo. Porque estamos presenciando, en vivo y en directo, el más descarado propósito de restauración capitalista en Cuba, o por lo menos, el jolgorio con que desde ahora vamos a tratar aquella etapa. La nostalgia del subdesarrollo a punto de ser decreto, y que ha de contemplar como diversionismo ideológico cualquier manifestación contraria a la injusticia social, al abuso y al hambre que pasábamos. Yo no sé de qué se queja Miami, si todo va sobre seda. ¿O lo que les molesta es que ellos no son ahora los dueños?

Quizá la suerte de estos indios con levitas, levitas de empresarios, de Habaguanex, es que Fidel carece de los bríos de antaño, cero ímpetu para volver a montar las broncas de sus reclamos nacionalistas y salir a cazar marines por las calles. De hecho, no tiene ningún brío. Un ancianito encorvado en un ridículo sillón rodante de oficina. Ahora les advierto que no me molesta la marinería gringa en sus parrandas habaneras. Se trataban de visitas de buena voluntad, según decían. (Se supone que cuando no son de buena voluntad, se llaman invasiones). Tales son los estándares de su cultura, y digámoslo con justicia, los estándares de todos los navegantes del mundo cuando tocan puerto. La cosa negativa de esos estándares es que, en lo referente a nuestros pueblos, lo que nos toca a nosotros es poner las putas. No hay remedio: el turismo siempre requiere de algún grado de humillación cuando no es entre iguales.

Asistamos, por lo pronto, a la obra de restauración histórica, y observemos si solo se quedan en dar manos de pintura y bruñir hasta dejarlas como nuevas las viejas barras de caoba, donde una vez se acodaron Hemingway y Noel Coward y Sir AlecGuinness y Graham Greene y Errol Flynn, y depositó sus tetas una que otra fleterita cubana, y todas las tripulaciones del US Navy que patrullaban el Atlántico Norte, y hasta las tripulaciones de la Fuerza Aérea del Ejército con la misión ya asignada entre 1944 y 1945 del bombardeo atómico de Japón, que se entrenaban en Cuba. El teniente coronel Paul Tibbets, jefe del Escuadrón 509, también fue cliente del Sloppy´s Joe. Al mando del Enola Gay, la superfortaleza volante
B-29, bautizada en honor de su señora madre que lo visitó en la base de San Antonio de los Baños (“Batista AAFB”, o Campo Batista), dejó caer sobre Hiroshima desde esa máquina una bomba atómica. Aportamos un slogan para el departamento de publicidad de Habaguanex a tenor de Tibbets. Al decir hipotético de Hemingway “Mi daiquirí en el Floridita, mi mojito en la Bodeguita”, se le añadiría un decir de Tibbets “Y mi Fat Boy de plutonio de 21 kilotones en el Sloppy´s Joe”. Restaurad, cabrones. Si Eusebio Leal, el historiador de la ciudad, llena La Habana Vieja de negros disfrazados de esclavos y caleceros, que más da que restauremos nuestras reconocidas zonas de tolerancia, los barrios de Colón y Pajarito y La Victoria, y la Ciudad de los Niños —en la carretera del aeropuerto de Camagüey—, y aquellos bajareques de palos, que parecían colmenas, en Caimanera. Estaría por verse si el servicio de las compañeras prostitutas se cobrará en pesos o en CUC. No esperen mucha dignidad desde la pobreza.