martes, 25 de junio de 2013

Una timba con Ernesto

El siguiente texto procede del sitio Norberto Fuentes Punto Net —ya desaparecido— de fecha 26 de junio de 2011. Un día como estos.

Ernest Hemingway en el puente de mando del Pilar, circa 1947.
Está en las proximidades de Puerto Escondido, en la costa
norte de Cuba, unos 70 kilómetros al este de La Habana.
(Copyright © Norberto Fuentes, 2011. Todos los derechos
reservados. Prohibida la reproducción
en cualquier medio o soporte).
María Rosa Alfonso Rosales, la actual directora del Museo Finca Vigía (probablemente lo que en mi época se conocía como Museo Hemingway), insiste en hacernos tragar una píldora del tamaño de una señal de STOP. Un Hemingway de cartón de bagazo es lo que tiene para ofrecer. Su última declaración, difundida por Cubadebate (22 de junio, 2011), el portal siempre tan complaciente con los funcionarios gubernamentales —y sobre todo rápido para tratar de darle pellizquitos a cualquiera de mis temas—, establece —y cito textualmente— que María Rosa se “dispone a probar que el escritor no era un estadounidense que tomó a Cuba como refugio para descansar, sino que se sentía cubano”. Tamaña tarea la de María Rosa. Sobre todo porque debe empezar por definir qué es “sentirse cubano”. Y qué ventajas o estado de gracia le proporcionaba el sentimiento. María Rosa desenrolla su bulto ante la mirada arrobada y los gestos de complacencia de la última hornada de académicos americanos que alcanzan el portalón de Finca Vigía como si coronaran el Everest. Todos tan ajenos a Hemingway como el cardenal Arteaga al trasero de Tongolele. María Rosa tiene la ventaja de que, entre empujón y empujón, les muestra dos o tres de las viejas cuartillas de Papa que guardan en la casa (que, dicho sea de paso, sobreviven gracias a mis descubrimientos y esfuerzos de clasificación y conservación iniciados en 1975) y los ilusiona con la idea de que todo eso algún día podrá ser de ellos. Descrita por Cubadebate como “una experta en la vida y obra de Ernest Hemingway”, ella tiene esa tarea por delante. Sentirse cubano. Quizá se trata de una especie de superioridad étnica, algo vagamente moral o altruista. ¿Y qué del vaso de guarapo —el prodigioso jugo de caña— con hielito picado y una rodajita de limón? Umm. Difícil. ¿Cómo aceptarlo en la horda si despreciaba el guarapo? Recuerdo que en un episodio de Islas en el Golfo, Thomas Hudson, el alter ego de Hemingway, revela el placer que le proporciona el alcohol cubano en cualquiera de sus usos: como bebida o desinfectante. Pero nada de azúcar. Además, comía el aguacate como postre. Ustedes saben, se trata de un imposible entre cubanos. Den por sentado que no puede sentirse definitivamente cubano alguien que se coma un aguacate como si fuese un dulce de guayaba con queso, una timbita, para ponerlo más popular. Pero el momento espectacular, fundamental, insoslayable, es cuando María Rosa aventura la hipótesis de una suerte de encuentros —ella los llama “privados”— de Fidel con Hemingway. Al parecer, no es suficiente con aquellos quince minutos del 15 de mayo de 1960 en la marina Barlovento en los que sólo intercambiaron asuntos sin trascendencia (cuatro boberías, al decir de cualquiera que pueda sentirse definitivamente cubano). “Historiadores en Cuba afirman que ocurrieron otros encuentros entre ambos que no desbordaron el ámbito privado.” María Rosa, por favor, ni lo intentes. La creación de una zona de misterio, conspirativa, de reuniones secretas entre los dos personajes es una mentira. Peor aún, es innecesaria. Y no puedes sostenerla con la más mínima evidencia. Advierto que el mismo Fidel tampoco debe ponerse a echarle maíz a semejante historia. Que recuerde su propio reproche de la noche del sábado 6 de febrero de 1984, cuando produjimos una entrevista sobre Hemingway (que de inmediato se publicó en decenas de periódicos de todo el mundo):

[Norberto Fuentes] ¿No tuvieron oportunidad de ampliar los contactos personales?

[Fidel Castro] Bueno, si tú supieras, no tuve el privilegio ese, porque en realidad aquellos días iniciales de la Revolución eran muy atareados y nadie pensaba que Hemingway se fuera a enfermar y hasta a morir tan pronto, y se creía que había tiempo para conocerlo mejor.

Y cuando le puse mi libro sobre Hemingway delante, ya terminado, y él lo revisó (conservo las cuartillas originales con sus anotaciones, de puño y letra) no puso ningún reparo en mi información sobre su único encuentro con Ernest Hemingway. Hagamos un esfuerzo, no obstante, por descifrar la jugada. Ya todo se dijo, se expuso, se describió, se enumeró en Hemingway en Cuba. Y no quedó documento de relevancia que yo no incluyera en ese libro. Exprimí el museo, para decirlo sin ambages. Debe entenderse pues que si todo está publicado en un libro desde 1984, entonces qué diablos van a venderle ahora a los americanos, y cómo seguir lloriqueando con el asunto de que el museo se cae a pedazos y que hace falta, incluso, hasta levantar el embargo para poder restaurarlo. Con ese programa por delante es un verdadero escollo mi mamotreto. Advierto ahora que no todos los directores del Museo han tenido esas ínfulas. Luis Fuentes. Me gustaba más Luis Fuentes (ninguna relación de parentesco con este autor), quiero que sepan. Era un viejo loco proveniente de la Seguridad del Estado al que se le asignó la dirección del Museo Hemingway. La lucha contra los elementos adversos al proceso mermaba considerablemente hacia 1975 y no tuvieron mejor lugar para ubicarlo. A partir de su reinado de unos cinco años en lo alto de Finca Vigía, a cualquier visitante que llegara, Luis le espetaba que Hemingway era a todas luces un perverso agente del imperialismo yanqui. Iba a Cuba a emborracharse, desde luego, y en busca de putas. Y él, investido en sus poderes de interventor revolucionario de lo que se le antojaba entonces un latifundio, los acaso 11 acres de la finca (43 345 metros cuadrados), aconsejaba a los distinguidos visitantes que dieran media vuelta y se encaminaran, mejor, al Museo Martí. En fin, era un decidido antiimperialista, que nunca olvidaba agregar al final de su diatriba sobre Hemingway que, con toda seguridad, era también maricón. Ven ustedes. Eso sí es un manejo adecuado del lenguaje de combate para alguien que se sienta decididamente cubano. Desde luego, yo nunca logré ensamblar el supuesto carácter putañero de Hemingway con la acusación de homosexualidad. No compaginaba. Lo que sí, logré convencerlo de que en su discurso de bienvenida no repitiera más el cargo de interventor porque no era el caso. El suyo era de director. Y que no siguiera desviando a los visitantes hacia el Museo Martí porque una institución como tal no existía en La Habana, ni en sus alrededores. Ni en el resto de Cuba, según mi leal entender. A menos que estuviera refiriéndose a la casa natal del prócer, en una callejuela olvidada del casco colonial habanero. Maria Rosa, por su parte, parece más bien que se siente decididamente gringa. Vaya, o por lo menos decididamente académica. Fíjense si no, que se apresura en declarar que Hemingway se sintió definitivamente cubano sin dejar de ser —acota Cubadebate—, “un estadounidense cabal”. Repito: María Rosa divulgó que pretende con un trabajo de investigación demostrar que el novelista “se sintió definitivamente cubano” sin dejar de ser un estadounidense “cabal”. Y agrega una muy sospechosa nota de rechazo contra Edmundo Desnoes, un favorito del régimen en los años 60: “El eterno ‘sentimiento antiyanqui’ que se atribuye a los cubanos llevó a un intelectual cubano actual a llamar a Hemingway, en su estancia en Cuba, como un Robinson Crusoe que se rodeaba de Viernes.” Puro Edmundo Desnoes. Su pecado, sin embargo, no es su retrato de un colonizador americano. Es ser recordado en un tiempo en que lo históricamente adecuado es lamerle las botas a los antiguos hijos de puta. ¿Y qué pensarán esos gringos de la academia y de la familia Hemingway y los asociados oyendo tales babosadas? ¿Se las creen de verdad? Aclaración final para neófitos: timba (o timbita, según las dimensiones) es un par de pedazos (cachos, se diría) de queso blanco que emparedan una barra de guayaba (otro cacho), que uno se zampa junto con un enorme vaso de agua. El vaso de agua te ayuda a no morir ahogado.

Ver el texto completo de mi entrevista con Fidel en Hemingway en Cuba, pero solo en la edición cubana y sus similares. El editor americano Lyle Stuart prefirió no incluirla en su edición.

Luis Fuentes en los días —a mediados de los 70— que llevaba con aplomo y
resignación la tarea asignada de mantener a flote el museo
Hemingway, la instalación a sus espaldas.
Foto: Norberto Fuentes. (Copyright © Norberto Fuentes)